Almas Subexpuestas


“Los ojos son la ventana del alma”

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Fue entonces cuando sacó, de aquel melancólico baúl, las fotos que había tomado.

Las agarro entre sus manos, todas juntas, las pasó rápidamente, se detuvo en una especial, aún conservaba su calidad, pero la imagen no se distinguía, la foto fue tomada con demasiada luz y no se apreciaba bien quien era ella. Entonces una gota cayó sobre la foto, una de muchas que rodaban desde sus ojos.

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Fotógrafo aficionado, no salía de su casa sin una cámara, decía que lo mejor era detener el tiempo en cada foto. “La fotografía destruye la noción del tiempo”- repetía cada vez que capturaba una foto.

Si había algo que siguiera más que a la fotografía era el amor. Era un amante de corazón, eso dice cada persona que le conoce. Pero él no buscaba una vida con un amor. El amaba la belleza, pero la creía efímera.

Pasaba largas horas de su vida fotografiando mujeres de labios carnosos, de ojos penetrantes, de delicados dedos, hombres de tez dionisiaca y tórax perfecto. El problema era que sin importar la belleza del modelo, al menos una de sus fotos resultaba extraña… Las mujeres de labios carnosos tenían los ojos rojos y los varones perfectos se cubrían por sombras proyectadas por la nada.

Un día, hace poco, se encontró con una modelo celestial, tez blanca, ojos verdes, todo en ella era divino, no había un solo problema con su belleza.

El fotógrafo guardó todos sus viejos trabajos en un cajón bajo llave, donde se pondrían amarillos con el tiempo, asegurando que ahora todo sería distinto. Cargó su cámara y salió a donde se encontraba Helena.

No gastaba un cuadro en vano, él planeaba todos sus trabajos, y ésta no era una excepción. Creía que más que capturar rostros, el fotógrafo debe retratar almas, por lo que siempre consideraba al menos hablar primero con la modelo y luego, fotografiarlo.

Ambos se vieron a los ojos, pero hablaron muy poco.

-Hola, yo soy Helena y me gusta modelar.

-A mi me gusta tomar fotos.- Respondió con sarcasmo el fotógrafo, suponiendo que por dentro estaba hueca. –Adelante con la foto- continuó algo malhumorado.

La sesión transcurrió normalmente, sólo talvez un poco más rápido que en otras ocasiones, pero ninguno le dio importancia.

-Gracias, yo la llamo cuando estén- Dijo el fotógrafo como despedida.

-Gracias –Respondió y se fue.

Una vez reveladas las fotos, el fotógrafo no lo podía creer. Fue de inmediato a traer su cámara para ver qué andaba mal. El diafragma estaba en 22, demasiado cerrado para la poca luz que había en ese momento. ¿Cómo no lo notó? … talvez lo compensó con el tiempo de exposición. No, 1/500, las fotos se tomaron demasiado rápido. Todas las fotos estaban igual, subexpuestas, muy oscuras como para reconocer alguna imagen en ellas, ni siquiera se podía ver la modelo, en esas condiciones era imposible.

Rendirse no era una opción. Volvieron a verse, esta vez, Helena habló de música y política. El fotógrafo se sintió aliviado al notar que la modelo no estaba hueca, y se entusiasmó al iniciar otra sesión.

El fotógrafo se encargó de controlar cada detalle para que fuera perfecto, pero el destino se encargó de controlar cada detalle para que no lo fuera.

Cada vez los ojos de la modelo embriagaban más al fotógrafo, que pensaba que era lo más rescatable de su modelo.

El tapón de la cámara, un dedo, una rama, un caminante, una mancha… en cada foto había algo que impedía que salieran bien. A pesar de que esta vez el fotógrafo y la modelo dieron todo de sí, el destino no quiso permitir que fueran uno.

El fotógrafo estaba completamente decidido a intentarlo de nuevo, pero dudaba de si Helena quisiera prestase de nuevo para su juego.

De todos modos lo intentó esta vez había conseguido ayuda para lograrlo, nada podía fallar. Incluso el destino parecía estar de lado, ya que la modelo aceptó, sin objeción alguna.

Hablaron por horas, cada vez el fotógrafo creía mas que era perfecta. Ella no parecía notarlo, se veía a si misma como una modelo más.

Se dispuso todo lo necesario para que saliera bien, la modelo estaba más hermosa que nunca. Tanto que el fotógrafo se perdía en sus ojos vedes cada vez que los enfocaba, se ahogaba en su boca cada vez que la abría para hacer un comentario.

La sesión le pareció eterna al fotógrafo, sintió cada segundo más largo que de costumbre.

Incluso hablaron después de la sesión. El sobre su trabajo, tratando de parecer importante; y ella, sobre ella, tratando de parecer amable. Pero lo más valioso de de esa conversación fue un inocente comentario. “Yo debería usar anteojos, pero por el modelaje uso lentes de contacto”

Terminó más tarde que antes y se sintió feliz aunque un poco decepcionado. La modelo se fue sola creyendo que el fotógrafo estaba diferente, pero sin notar que todo el día alimentó el amor del fotógrafo y que al final desplomó el altar que estaba construyendo.

Apenas la modelo abandonó el estudio, una extraña tristeza invadió al fotógrafo, le dolía saber que lo que amaba no era real. Por primera vez quería algo diferente, ya no quería ver los cuerpos, ahora veía en las almas, y un comentario inocente lo había puesto a replantearse.

Lo único que consoló al fotógrafo, fue la esperanza de satisfacer a su modelo con un trabajo bien hecho.

Sin otra cosa por hacer se adentró en la intimidad de so cuarto oscuro, donde la única luz en su vida provenía de un bombillo rojonaranja de tenue luz.

Revelaba y lavaba cada foto lleno de una esperanza hueca, casi sin fundamentos, creía que esto sería tan bueno para dejar de ser sólo un fotógrafo en la vida de aquella muchacha.

Su alma casi se destroza cuando vio el resultado de su trabajo. Estaba tan perdido en las negras pupilas de su furtivo amor que no notó que la exposición fue muy larga, se confió tanto esa arde que no le prestó atención a nada más, creyó que todo se daría por si mismo. Cada foto estaba casi en su totalidad blanca, sobreexpuesta, solo unas cuantas líneas grises y rojas, demasiado tenues como para definir alguna figura. Demasiada luz había entrado, demasiado tiempo se habían esperado, tampoco funcionó.

Una profunda depresión invadió al fotógrafo, ya no quería volver a intentarlo, estaba dispuesto a dejar todo lo que en este último año había ganado, iba a volver a ser el fotógrafo superficial que había sido siempre.

Fue entonces cuando sacó, de aquel melancólico baúl, las fotos que había tomado. Las viejas fotos le harían recordar cómo era él se tiraría de cabeza al abismo del pasado y viviría de él.

Entre esas fotos había una de la última sesión, no pudo evitar el llanto, pero ya no era depresivo, sino melancólico, una sonrisa se esbozaba entre las lágrimas. Algo había descubierto.

Pasaron meses antes de que el fotógrafo volviera a encontrarse con Helena, ésta vez hablaron más que nunca, con una sinceridad inusual en el fotógrafo, que nunca hablaba mucho ni acostumbraba ver a los ojos de la gente. De nuevo se perdía en sus ojos verdes, ahora sabía que eran falsos, pero los amaba, y la amaba a ella por tenerlos. No entendió entonces porqué, pero esta vez no la invitó a ser fotografiada. Y se sintió bien por eso.

Talvez esté destinado a nunca conocer sus ojos café, pero sabe que algún día podrá retratar los verdes.

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