naturaleza muerta

Dos días después de haber muerto, el cuerpo del coyote azul hubo desaparecido entre la hierba. Las plantas, que habían estado aprovechando todo lo que el cadáver les ofrecía mientras desaparecía ante la vista de los árboles; los grises hilos de zacate ya están siendo roídos por los miles de insectos que habitan al lado.

Así, la oscura luna sale en el claro cielo de la noche, cómo siempre lo ha hecho, por millones de años, como siempre.

Las luces nocturnas anuncian el fin de muchas vidas, el fin de miles de efímeras criaturas que intentan huir de las peligrosas garras de las bestias que florecen con la noche, cómo los zorros púrpura, los brillantes y salvajes búhos.

Una de las criaturas que no salía durante las noches era el pequeño ratón de campo amarillo, los de su especie poseen siempre colores oscuros, como grises cafés o azules; sin embargo el destino lo maldijo (o lo bendijo) con un brillante pelaje color amarillo.

Vivía cerca del lago, donde el agua cambia de color con el paso de las horas, en un terreno muy húmedo, y caluroso, por las madrugadas llovía hasta entradas horas de la mañana, por la tarde, el oscuro sol evaporaba las gotas rosas que habían caído; formando las azules nubes que rozan las copas de los árboles de troncos blancos y hojas grises y rojas como el suelo que los alberga.

Esta vez, mientras buscaba comida, el pequeño roedor se alejó demasiado de su refugio, al llegar de nuevo el manto nocturno, se encontraba muy lejos de su casa para volver a tiempo.

Rápidamente intentaba encontrar un refugio para pasar la noche. Los búhos plateados ya rondaban el bosque, con sus enormes alas abiertas y su mirada en dirección a la presa. Un ratón de campo amarillo que nadaba perdido.

El roedor nota que está en el menú de esta noche y empieza a correr, primero en línea recta, lo más rápido que puede; como no funciona, corre entre los árboles tratando de perder a su cazador, parece funcionar, después de siete vueltas y cambios de dirección, el ratón deja de sentir el acecho del búho

Sigue corriendo aunque no siente al búho, de nuevo en línea recta, está cada vez más cercad e su casa. Un vistazo hacia atrás vasta para darse cuenta de que el búho ya no está a sus espaldas. Reduce la velocidad. Sabe que está a salvo. Se dirige a la entrada a su madriguera, un soplo irregular en el viento y…

Era imposible que se salvara, era demasiado llamativo su color, sobre el oscurecido gris del suelo nocturno, y la visión del búho. Sólo hizo falta un segundo para que el búho lo encontrara y se dispusiera a atacarlo.

Esa noche, el ratón amarillo casi escapa, pero el destino y la naturaleza son infalibles. Cada día llueven gotas rosas, y el oscuro sol las evapora. Cada noche los búhos cazan, y si se es llamativo, se está destinado a morir una de esas noches.

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