Secretiando

En el momento que oyó el secreto que le contaron, fue picado por un bichito, que volaba muy cerca de ahí. Lo que él no sabía, es que el bichito, venía con el secreto.
En ese momento no pasó nada, es decir, el secreto se siguió contando. el piquete no se veía, y el bichito se metió en el maletín.
La mañana del día siguiente el veneno ya estaba en todo su cuerpo, al principio no lo notaba, pero el cosquilleo se volvía más evidente conforme avanzaba la tarde.
Conforme se oscurecía el cielo de esa tarde, que de hecho dejaba de ser tarde, se le aclaraba la mente. No porque el veneno al fin se estuviera disipando, sino todo lo contrario, por que ya estaba casi del todo absorbido y comprendido.
En los últimos minutos, como sacando el portero a cabecear -por usar jerga mundialista, salió desde adentro el resultado de poco más de 24 horas de incubación, salió de sus labios otro secreto, igual de grande, igual de secreto, como pagando por lo de ayer.
Después de eso, se subió al bus, y vio que un bicho salía de su maletín, claramente no vio que había dejado sus diminutas cría en un rincón del oscuro fondo poblado de cuadernos.
Otras 24 horas después, 48 después de haber escuchado el un secreto y haber sido picado, salió de nuevo, el mismo secreto de ayer, pero con más fuerza, más alimentado, más meditado, más interiorizado; y en otra dirección.
Entonces otro bicho picó al amigo que escuchaba. Esta vez el veneno sólo duró dos minutos en actuar, y el amigo respondió con un secreto propio. Y tal vez cerró la cadena.
Pero habían más crías, y los secretos siguen siendo secretos hasta que todos (al menos los implicados) los sepan. Y todos tenemos bichitos en el maletín, y cuando nos cuentan un secreto, nos sentimos obligados a contar un secreto nosotros...

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